Terry Gilliam es un director que levanta pasiones y críticas a partes iguales. Procedente de los famosos cómicos británicos Monty Pyton, su cine es muy característico, con unas señas de identidad bastante reconocibles y no al gusto de todos.
Sus comienzos en estos del séptimo arte fueron a base de comedias, con títulos tan reconocidos como Los Caballeros de la mesa cuadrada o El Sentido de la Vida. Poco a poco, sus producciones se fueron abriendo a un público menos minorista hasta llegar a Doce Monos. Este es quizás su trabajo de mayor presupuesto hasta entonces, contando para este film de ciencia ficción con un reparto que aseguraría una buena taquilla.
Twelve Monkeys, que es su nombre original, nos lleva hasta un futuro, no muy lejano, donde una pandemia de origen vírico ha dado como resultado la muerte de la mayor parte de la humanidad. Este hecho provocó que la atmósfera resultase verdaderamente mortal, debiendo vivir los supervivientes a este holocausto, bajo tierra.
En un hábitat tan hostil, es necesario ir controlando los niveles de toxicidad de la superficie, por lo que se hace uso de presos para enviarlos, con una protecciones algo arcaicas, en búsqueda de posibles seres vivos que aporte algún indicio del culpable del mencionado apocalipsis. Uno de estos reos es James Cole, que tras demostrar su valía como "observador", es enviado al año 1996 en búsqueda de alguna pista que le lleve hasta el ejército de los doce monos, principales sospechosos del brutal atentado.
Es en este primer viaje temporal donde coincidirá con Jeffrey Goines, un desquiciado joven cuyo padre es dueño de una importante empresa farmacéutica. Y es que James es internado en una institución psiquiátrica, tras ser considerado como un lunático altamente agresivo en su búsqueda por el ejército de los doce monos.
Esta es la premisa de un film que juega en todo momento con la dualidad de los viajes temporales y la locura más delirante. Si en el caso del personaje de Jeffrey, sus problemas psicológicos son evidentes desde el primer momento sin dejar lugar a duda, el de Cole dependiendo del momento, puede llegar a confundir al espectador de si lo que cuenta es cierto o es producto de su mente. Además, el guion de Chris Marker sabe sacarle partido a ello, mostrando objetos y situaciones que puede dar explicación a una posible construcción mental de una realidad totalmente inventada. Un juego que se lleva a cabo a lo largo de las casi dos horas que dura la película, y que sabe mantener el interés y la duda hasta los últimos momentos.
Gilliam hace uso de un recurso muy utilizado en films de este tipo, y es comenzar el metraje mostrando escenas de la conclusión de la historia, escondiendo detalles que nos darán la clave de la historia más adelante. Todo ello acompañado por la magnífica y soberbia partitura de un poco prolífico Paul Buckmaster. Este compositor, acostumbrado a crear música para series televisivas, nos regala una banda sonora llena de ritmo, con un tema central muy reconocible y acertado.
Peo si algo destaca, además de la historia, es el de los actores elegidos para interpretar los papeles principales. Por un lado tenemos a Bruce Willis, el protagonista del film encargado de viajar en el tiempo, buscando los extraños símbolos de pintura roja y a sus creadores. El actor estadounidense se desenvuelve como pez en el agua en este tipo de roles, recordando en momentos al último Boy Scout. Un papel que le viene como anillo al dedo y que cubre de manera notable.
Pero sin duda, el que se sale en esta película es Brad Pitt, que consigue imprimir al personaje de Jeffrey ese punto de locura que lo convierte en todo un mito en este tipo de roles. Grandioso el monólogo que se marca para explicarle el funcionamiento de la institución mental donde está ingresado, con un amplio repertorio de tics y gestos exagerados. Una muestra más de que no es sólo una cara bonita, con una de esas interpretaciones que demuestra, una vez más, del amplio registro que es es capaz de cubrir el actor nacido en Oklahoma.
Completa el casting de intérpretes principales la guapa actriz Madelen Stowne. La californiana realiza un papel más que notable, consiguiendo no quedarse ensombrecida por las actuaciones de sus potentes compañeros de reparto. Algo muy complicado visto el nivel interpretativo tanto de Willis como de Pitt. Un rol que en un principio puede no tener mucha importancia, pero que termina siendo fundamental para el desenlace final de la historia.
Doce monos es el resultado de un buen guión, unas potentes interpretaciones y la creativa fotografía de Roger Pratt. El prestigioso director británico, encargado de fotografiar películas de tanto éxito como Harry Potter y la cámara secreta o Troya, nos regala un amplio espectro de tonalidades. Por un lado juega con los grises del desolado mundo exterior en el que ha quedado sumido el planeta Tierra tras el desastre, con los contrastes blancos y fríos que rodean al mundo preapocalíptico, y el cálido de las marcas del ejército de los doce monos. Un film cargado de momentos impresionantes como la estampida de las mandas de animales salvajes paseando por las calles de Filadelfia.
Podemos asegurar que esta película es de esas que necesitan más de un visionado para dejar atados todos los detalles. Cada cosa que ocurre durante sus dos horas es una pista con lo siguiente que va a ocurrir, lo que hace que consiga mantener el interés del espectador en todo momento. Una obra de ciencia ficción poco convencional, pero que te atrapa por su simple y efectista estética, y con un sorprendente final que te hace reflexionar si todo se trata de un suceso aislado o de un bucle que se va repitiendo infinitamente en el tiempo.
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