domingo, 3 de agosto de 2014

Crítica de la Tumba de las Luciernagas


Actualmente si que estamos acostumbrados a que nos llegue, desde tierras niponas, films de animación de todos los géneros para un público adulto. Pero cuando se estrenó La Tumba de las Luciérnagas, a finales de la década de los ochenta, lo que acostumbraba a llegar desde oriente eran series y films más destinados a un público mucho más infantil.

Es por todo esto que el film de Isao Takahata, sorprendiese, gratamente, a gran parte del público occidental, poco acostumbrado a ver en "dibujos animados" un film de tanta carga dramática.

La historia, guionizada por el propio director, basándose en la novela de Akiyuki Noska, nos traslada hasta un Japón inmerso en plena Segunda Guerra Mundial. Los acontecimientos de Pearl Harbor supusieron la entrada de los estadounidenses en el conflicto, teniendo como consecuencia continuas represalias, en forma de bombas, sobre las apacibles poblaciones japonesas.

Es en uno de estos bombardeos, cuando Seita y Setsuko quedan huérfanos de madre. Los obuses caídos desde los aviones americanos han arrasado con todo lo que cogían a su paso, dejando al joven y su hermana sin madre, sin hogar y casi sin esperanzas de supervivencia. Este motivo provocan que tengan que instalarse en casa de una tía suya, a la que la idea de hacerse cargo de los dos menores no le agrada del todo. Este hecho, unido al excesivo infantilismo de Seita, provocan que la estancia en casa del familiar sea mas corta de lo esperado y decidan, con medios casi nulos, instalarse en otro lugar donde nadie le diga lo que tiene que hacer.

Este sería, a muy groso modo, el punto de partida de una historia muy amarga, inmersa en una burbuja de melancolía y tristeza propia de la época en la que se desarrolla. Quizás esto, fue lo que convenció al espectador para considerarla una obra maestra del género. Y es que, a pesar de tener el estilo y la animación clásica a la que estamos acostumbrados, la historia se escapaba de lo corriente.

Un dibujo de trazos suaves, con colores muy apagados y un ritmo bastante lento que danzan bajo las fabulosas notas de Michio Mayima. Su composición musical para el film es sublime, envolviendo cada secuencia con una serie de melodías, que imprimen aún más fuerza al dramatismo vivido por los protagonistas.

Esta obra, dirigida magistralmente por un director experimentado, al que encontramos en grandes clásicos como Heidi, Marco o Ana de las Tejas Verdes, es una delicia para nuestros sentidos, a pesar de tener un desenlace de esos que recordamos con pesadumbre y poco ánimo.

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