martes, 16 de septiembre de 2014

Crítica de El Secreto de Joey


La década de los ochenta supuso la aparición de gran cantidad de producciones destinadas a un público adolescente. En muchas de ellas los protagonistas eran niños, de no muy elevada edad, que vivían aquellas aventuras que en nuestra infancia nos hubiese gustado haber experimentado.

Los goonies, Exploradores o El Último Vuelo del Navegante son solo algunos de estos films que, los que vivimos aquella época tan prolífica en estrenos, recordamos con añoranza. Además, durante esta década surgió una gran hornada de directores que, poco a poco, se han ido haciendo un hueco dentro del mundo del séptimo arte.

Uno de ellos es Roland Emmerich, un cineasta de origen germano que ha dirigido su carrera, en los últimos tiempos, hacia el denominado cine de catástrofes. Pero sus orígenes no fueron tan dramáticos, y prueba de ello esta El Secreto de Joey, una película de bajo presupuesto con unos recursos muy limitados.

El guión del propio Emmerich y Hans J. Haller nos narra la historia de Joey, un joven que acaba de perder a su padre y al que le cuesta relacionarse con sus compañeros de clase. Pero todo es extraño en el niño, ya que pasa las noches hablando con su difunto padre a través de un teléfono de juguete. Todo se complicará cuando, jugando en una casa abandonada del vecindario, descubre un muñeco de apariencia extraña y poco agradable.

El film, que data de 1985, se nutre de todos los guiones, estrenados en la década, hasta la fecha. Si tenemos que encasillarla dentro de un género determinado, no sabríamos hacerlo de una forma lógica e intuitiva, ya que la obra mezcla aventuras, acción, fantasía, suspense y algo de humor.

Por un lado tenemos el típico grupo de adolescentes que tienen una habilidad especial para meterse en líos, nos encontramos con una casa donde ocurren sucesos sobrenaturales. No falta el grupo de científicos cargados con sus enormes laboratorios móviles, Un muñeco que se encargará de ponerle las cosas difíciles a los personajes principales y, como no, objetos que levitan y armarios  de interiores excesivamente iluminados.

Un cocktail de situaciones vistas en muchas películas que se rodean de gran cantidad de símbolos de la época. La admiración que el director alemán profesa por la saga de Star Wars es evidente durante todo el metraje, siendo un personaje más del film.Pero no es solo la obra de Lucas la homenajeada, ya que ET, Epi o Supercoco también tienen su momento de gloria en la habitación de Joey.

Un Joey al que da vida el joven actor Joshua Morrell, que para no ser un profesional del celuloide no lo hace nada mal. Hay que tener en cuenta que la mayor parte del reparto salió de familiares y amigos del propio director, además de algunos extras reclutados en la base militar donde se rodó la película.

La composición musical se encargó a Hubert Bartholomae, un compositor que acompañó a Emmerich en sus primeros años en la profesión. La partitura sigue los cánones del género de suspense, combinándola con algunas melodías mas alegres que despuntan en los momentos mas fantasiosos del film.

Una película que es todo un homenaje al cine de los ochenta, pero cuyo guión deja mucho que desear. La historia ha querido mezclar tantos tópicos de la época que ha caído en el exceso formal y la escasez argumental.

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