Cada vez cuesta más conseguir un guión que, en mayor o menor medida, satisfaga tanto al público en general como a las productoras que han de poner ese capital inicial para llevar a cabo el proyecto. En los tiempos que corremos, donde en el mundo del séptimo arte parece que ya está todo visto, es complicado que se respalde una idea si no lleva inmersa en ella una gran historia o una buena excusa para saturar la pantalla de efectos especiales.
Es en este segundo caso donde se habría catalogado este Batleship, que de haber sido una producción ibérica habría adoptado el nombre de "Hundir la Flota". Este juego, al que tanto mayores como pequeños hemos jugado en mas de una ocasión es el pretexto para contarnos, una vez más, la llegada hostil de vida extraterrestre a nuestro "codiciado" planeta.
El film, dirigido por Peter Berg (Hancock), nos traslada hasta un certamen internacional de maniobras militares en el Océano Pacífico. Paralelamente a este evento, un nuevo sistema de comunicaciones por satélites ha sido capaz de enviar una señal en forma de onda al único planeta del firmamento donde se pueden dar unas condiciones de vida similares a las de la tierra. La mezcla de estos dos hechos dará lugar a la extraña irrupción en la atmósfera de varios objetos voladores no identificados que, cosas del destino, van a parar justo en mitad de la zona donde se están llevando a cabo las maniobras militares.
Nos encontramos con el típico blockbuster nacido para entretener y no ir mas allá del puro cine espectáculo. Como suele ser habitual en este tipo de superproducciones, se suelen seguir una serie de patrones muy comunes a todas ellas y que encontramos también en Battleship.
Por un lado tenemos el perfil del protagonista, rebelde por naturaleza y un provocador nato. En esta ocasión el papel le toca a un poco conocido Taylor Kitsh, que ya vimos en uno de los grandes fracasos de taquilla de este 2012 bajo el rol de John Carter. El actor, de origen canadiense, mantiene el nivel que ya vimos bajo la piel de Carter, y es que parece que se le ha decidido encasillar en ese papel de duro rebelde tan aclamado por las adolescentes de esta primera parte del siglo XXI.
Junto a él, una de las caras de moda del pop internacional como es Rhianna. La cantante caribeña adopta ese papel de chica dura comprometida por la causa que, a pesar de tener una participación muy secundaria, defiende a gran nivel durante las casi dos horas que tiene de duración el film.
Les acompaña en el reparto Brooklyn Decker, como la típica chica explosiva que se enamora del protagonista y le ayuda en su misión de salvar el mundo. La guapa actriz, a la que ya viésemos en Sigueme el Rollo, realiza un discreto papel destacando más por su espectacular físico que por sus dotes interpretativas.
Si seguimos tirando de tópicos en este tipo de superproducciones, llegados a este punto echamos en falta un nombre que esté ya consagrado dentro del séptimo arte y, que a su vez, este dispuesto a asumir un rol secundario. Es aquí donde encontramos a Liam Neeson, el polifacético actor irlandés tiene contadas apariciones en la obra, pareciendo más un cameo que formar parte del reparto oficial.
Como vemos, interpretativamente, tenemos todos los elementos clásicos del género. Si seguimos sumando tópicos, le podemos incluir unos efectos especiales realmente espectaculares con altas dosis de explosiones y acción que se convierten en la respuesta clara a la típica pregunta que te puede llevar a la duda antes de comprar tu entrada. Es obvio que tantas explosiones traen consigo una serie de situaciones catastróficas en las que una ciudad o parte de ella tiene que quedar reducida a cenizas. Todo ello bajo las vitales melodías de una potente banda sonora. Partitura que compone Steve Jablonsky, al que ya pudimos escuchar acompañando la obra de Michael Bay "La Isla", que cumple con su cometido y poco más.
Battleship, que aprovecha su nombre para ofrecernos una nueva variante de combate a ciegas, es el mas claro ejemplo de lo que muchos denominan "cine palomitero". Una superproducción que no se mete en los entresijos emocionales de los personajes y que va, claramente, con un rumbo definido hacia los sentidos de la vista y el oído del espectador, para anestesiarlos a base de construcciones imposibles, abrumadores efectos sonoros y dos horas de puro espectáculo cinematográfico, que a ciegas nos costaría reconocer si lo ha realizado Bay, Roland Emmerich o Peter Berg.
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